Con los feriados del 17 y del 20 de septiembre próximos, aprobados por el Congreso recientemente, el 2010 en Chile tendremos 10 días festivos que caen entre lunes y viernes. Según una estadística publicada por Miguel Farah en su sitio web (http://www.farah.cl/), el promedio de feriados anuales que en el calendario ponen de color rojo a alguno de los cinco días laborales, en la actualidad, es de 10,57. Es decir, cuantitativamente hablando, en el presente año bajaremos dicho promedio.
El tema de alargar la fiesta dieciochera provocó, una vez más, una interesante discusión en el país. Consideraciones más, consideraciones menos, entre los detractores de la idea se volvió a usar como argumento central eso de que cada día laboral no trabajado implica una pérdida, hoy por hoy, de 600 millones de dólares en producción. En el bando opuesto, se arguyó que bien valen dos días festivos adicionales, si se toma en cuenta que este año se conmemora el bicentenario y que también así se puede ayudar a superar el trauma sufrido por el terremoto de febrero pasado.
Sin duda que el arribo de la “modernidad” y de la sociedad capitalista, desde el siglo 19, dio un giro al asunto de la fiesta y los feriados en el país. Anteriormente, las jornadas coloniales, no necesariamente sosegadas o bucólicas como se suele señalar o creer de buenas a primeras, supieron de calendarios llenos de días festivos, con carnavales incluidos. Más aún: como indica la historiadora Isabel Cruz, “en 1760 el número de días festivos había aumentado a 101, incluyendo los días de vigilia. Puede decirse, entonces que casi una tercera parte del año, incluyendo los 52 domingos, se dedicaban a actividades ‘no funcionales’, cifra a la que habría que agregar las efemérides cívicas y religiosas ocasionales, derivadas del acontecer histórico”.
Cabe consignar que de los 101 días festivos que señala Cruz, en que se excluyen los domingos, no todos eran feriados. Pero se trata de una cifra notable de igual forma. Y también es menester indicar que la mayoría de estas jornadas festivas eran de tipo religioso, lo que implicaba un formato de celebración bastante circunspecto. Como sea, lo interesante es que en ese entonces, como recuerda la citada investigadora, “el Reino de Chile era, pues, la secuencia de una fiesta tras otra”.
Con los datos consignados en los párrafos precedentes, ¿podríamos colegir que, como país, cada vez nos vamos poniendo más grises y, tal vez por lo mismo, las cifras de productividad no se condicen con las horas destinadas a trabajar? Interesante podría resultar una conversación sobre el tema con, por ejemplo, un sicólogo laboral. Quizás, por nuestra salud mental y con el ánimo de aumentar el rendimiento nacional, sería positivo sumar unas cuantas fechas de asueto al actual calendario. O revivir algunas jornadas que antaño fueron festejadas de capitán a paje.
Si bien, en esta ocasión, no es de mi interés proponer que se declare feriado algún día en particular, sí quisiera recordar que, años atrás, hubo una celebración que revistió la mayor importancia para todos los habitantes del reino y en especial para quienes vivían en la ciudad primada. Me refiero a la conmemoración del día del patrono de Santiago del Nuevo Extremo, cada 25 de julio (y algo similar, pero menos ostentoso, se realizaba el día del santo consagrado a cada ciudad importante de Chile).
En efecto, descontando la celebración por la asunción de un nuevo monarca en España u otro acontecimiento cuya noticia era recibida con el debido atraso en aquella época, el día del apóstol Santiago fue de la mayor trascendencia festiva durante la Colonia. Además, como apunta el historiador Jaime Valenzuela Márquez, esta conmemoración “se trataba de una materialización litúrgica que actuaba sobre la memoria de la comunidad recordando la victoria de un sistema de dominación donde se coludían sus tres pilares fundamentales: Monarquía, Iglesia y elite local”.
Pasados los años y afincada la República, la conmemoración del 25 de julio fue perdiendo terreno entre los días de fiesta en nuestro país. En rigor, ya nadie celebra que el nombre de la capital de Chile devenga de ese personaje que es recordado por el santoral católico en estas fechas. De la misma forma que se olvidó que, con ocasión de la celebración del Centenario, en 1910, se decretó (ley 2.379) lo siguiente por parte del Congreso Nacional (tómese nota, eh): “ARTICULO ÚNICO.- El feriado de Setiembre, por el presente año, durará desde el día 16 (viernes) hasta el día 22 (jueves), inclusives”. Esto es, en sólo una semana hubo la mitad de feriados que en uno de nuestros años de hoy.
En fin. Por mi parte considero apropiado valerme de la proximidad del 25 de julio para, de forma similar a lo obrado en una ocasión anterior, homenajear a nuestro Santiago a través de la música y el canto. Y si antes recordé a autores nacionales que hablaban de paisajes o personajes o historias de la ciudad, en esta oportunidad recurriré a creadores extranjeros que también se vincularon con Santiago en algún momento y lo materializaron en una canción.
Partiré, en orden cronológico, con la presentación de un tango (subido a youtube por el usuario “infamundano”), de dos de las leyendas argentinas: Enrique Santos Discépolo, el mismo del “Cambalache”, y Alfredo Le Pera, quienes nos dejaron una obra inspirada en las campanadas de la iglesia de La Merced y que lleva por título “Carillón de la Merced”:
El tema de alargar la fiesta dieciochera provocó, una vez más, una interesante discusión en el país. Consideraciones más, consideraciones menos, entre los detractores de la idea se volvió a usar como argumento central eso de que cada día laboral no trabajado implica una pérdida, hoy por hoy, de 600 millones de dólares en producción. En el bando opuesto, se arguyó que bien valen dos días festivos adicionales, si se toma en cuenta que este año se conmemora el bicentenario y que también así se puede ayudar a superar el trauma sufrido por el terremoto de febrero pasado.
Sin duda que el arribo de la “modernidad” y de la sociedad capitalista, desde el siglo 19, dio un giro al asunto de la fiesta y los feriados en el país. Anteriormente, las jornadas coloniales, no necesariamente sosegadas o bucólicas como se suele señalar o creer de buenas a primeras, supieron de calendarios llenos de días festivos, con carnavales incluidos. Más aún: como indica la historiadora Isabel Cruz, “en 1760 el número de días festivos había aumentado a 101, incluyendo los días de vigilia. Puede decirse, entonces que casi una tercera parte del año, incluyendo los 52 domingos, se dedicaban a actividades ‘no funcionales’, cifra a la que habría que agregar las efemérides cívicas y religiosas ocasionales, derivadas del acontecer histórico”.
Cabe consignar que de los 101 días festivos que señala Cruz, en que se excluyen los domingos, no todos eran feriados. Pero se trata de una cifra notable de igual forma. Y también es menester indicar que la mayoría de estas jornadas festivas eran de tipo religioso, lo que implicaba un formato de celebración bastante circunspecto. Como sea, lo interesante es que en ese entonces, como recuerda la citada investigadora, “el Reino de Chile era, pues, la secuencia de una fiesta tras otra”.
Con los datos consignados en los párrafos precedentes, ¿podríamos colegir que, como país, cada vez nos vamos poniendo más grises y, tal vez por lo mismo, las cifras de productividad no se condicen con las horas destinadas a trabajar? Interesante podría resultar una conversación sobre el tema con, por ejemplo, un sicólogo laboral. Quizás, por nuestra salud mental y con el ánimo de aumentar el rendimiento nacional, sería positivo sumar unas cuantas fechas de asueto al actual calendario. O revivir algunas jornadas que antaño fueron festejadas de capitán a paje.
Si bien, en esta ocasión, no es de mi interés proponer que se declare feriado algún día en particular, sí quisiera recordar que, años atrás, hubo una celebración que revistió la mayor importancia para todos los habitantes del reino y en especial para quienes vivían en la ciudad primada. Me refiero a la conmemoración del día del patrono de Santiago del Nuevo Extremo, cada 25 de julio (y algo similar, pero menos ostentoso, se realizaba el día del santo consagrado a cada ciudad importante de Chile).
En efecto, descontando la celebración por la asunción de un nuevo monarca en España u otro acontecimiento cuya noticia era recibida con el debido atraso en aquella época, el día del apóstol Santiago fue de la mayor trascendencia festiva durante la Colonia. Además, como apunta el historiador Jaime Valenzuela Márquez, esta conmemoración “se trataba de una materialización litúrgica que actuaba sobre la memoria de la comunidad recordando la victoria de un sistema de dominación donde se coludían sus tres pilares fundamentales: Monarquía, Iglesia y elite local”.
Pasados los años y afincada la República, la conmemoración del 25 de julio fue perdiendo terreno entre los días de fiesta en nuestro país. En rigor, ya nadie celebra que el nombre de la capital de Chile devenga de ese personaje que es recordado por el santoral católico en estas fechas. De la misma forma que se olvidó que, con ocasión de la celebración del Centenario, en 1910, se decretó (ley 2.379) lo siguiente por parte del Congreso Nacional (tómese nota, eh): “ARTICULO ÚNICO.- El feriado de Setiembre, por el presente año, durará desde el día 16 (viernes) hasta el día 22 (jueves), inclusives”. Esto es, en sólo una semana hubo la mitad de feriados que en uno de nuestros años de hoy.
En fin. Por mi parte considero apropiado valerme de la proximidad del 25 de julio para, de forma similar a lo obrado en una ocasión anterior, homenajear a nuestro Santiago a través de la música y el canto. Y si antes recordé a autores nacionales que hablaban de paisajes o personajes o historias de la ciudad, en esta oportunidad recurriré a creadores extranjeros que también se vincularon con Santiago en algún momento y lo materializaron en una canción.
Partiré, en orden cronológico, con la presentación de un tango (subido a youtube por el usuario “infamundano”), de dos de las leyendas argentinas: Enrique Santos Discépolo, el mismo del “Cambalache”, y Alfredo Le Pera, quienes nos dejaron una obra inspirada en las campanadas de la iglesia de La Merced y que lleva por título “Carillón de la Merced”:
Seguiré este homenaje a Santiago con un par de obras de dos reconocidos autores cubanos, Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, quienes tras su primera visita a nuestra capital (en 1972) y los sucesos de septiembre de 1973, expresaron en música y poesía lo que vivía Chile por aquellos años. En ambos casos, debo agradecer, respectivamente, a los usuarios de youtube “dortega12” y “juanbla123”.
Silvio Rodríguez interpreta “Santiago de Chile":
Pablo Milanés canta “Yo pisaré las calles nuevamente”:
Por ultimo, Santiago de Chile también ha sido fuente de inspiración para un cantautor más joven, un español que por estas fechas vuelve a presentarse en nuestro país. Agradeciendo al usuario “PoLBoY80” que subió el video a youtube, escuchamos ahora a Ismael Serrano cantando “Vine del norte”:
Es cierto. Ya no tenemos la cantidad de días festivos ni se celebra el 25 de julio como antaño (enhorabuena, quizás). Pero nuestra capital permanece, se aproxima a cumplir su aniversario 470 y sigue motivando a muchos creadores, nacionales y extranjeros, a dar cuenta de su devenir. Aquí he dejado cuatro miradas que pueden ayudar a redescubrirnos. Que las disfruten.
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