martes, 8 de marzo de 2011

Las patronas del 8 de marzo…

“Enigma fuiste. Enigma serás”. En un poema, así retrata Gonzalo Rojas a la mujer, a una mujer. Cohabitamos el mundo desde siempre y, para muchos hombres, nuestras compañeras de ruta siguen siendo un misterio. Quizás a ellas les ocurra lo mismo con nosotros. Empero, detrás de lo que nos puede parecer indescifrable, hay certezas del (o sobre el) mundo femenino que no se pueden soslayar o dejar de destacar, tal cual la valentía al momento de defender los derechos de los más débiles.

Esta valentía de las mujeres ya fue recogida por la literatura de la Grecia clásica, veinticinco siglos atrás, como en la divertida comedia en que, muy resueltas y dirigidas por Lisístrata, las esposas helénicas exigieron a sus maridos terminar con una larga guerra que enfrentó entre sí a las distintas polis, recurriendo a la estrategia de abstenerse de tener sexo con sus parejas; o sea, no fue una huelga, como diríamos hoy, de brazos caídos, sino de piernas cerradas (¡qué martirio, hombre!). Por cierto que lograron su objetivo: paz en las ciudades y… desorden en los dormitorios.

Porque hay que ser valiente, como lo fue nuestra Gabriela Mistral, no ya para incursionar en la alta literatura, sino al haber solicitado el indulto presidencial para su colega María Carolina Geel, la madura escritora que una tarde de abril de 1955 cegó la vida de su joven amante, con certeros disparos, en el desaparecido Hotel Crillón de Santiago. Y coraje fue el que demostró la propia victimaria al describir su permanencia tras las rejas (“Cárcel de mujeres”), obra en la que, tal vez, testimonió la (sin) razón de su acto fatídico, al decir que hay quien “llega a conocer la más mortal de las sensaciones de dolor: el tedio en el alma”.

De seguro algunos dirán que no es muy arrojado pedir cuando se tiene un premio Nobel en las manos; o que no es extraño sacar a relucir la valentía cuando se juega la vida o el honor. Ahí yo recordaría tan sólo la famosa historia del huevo de Colón. Pero nadie podrá cuestionar o dejar de celebrar los casos en que el pellejo se pone en riesgo nada más que por solidaridad con el que sufre, sin siquiera conocerlo, sin necesidad propia y menos con afanes “marqueteros”: puro amor al prójimo, que le llaman.

Estados Unidos es un país formado, en gran medida, por inmigrantes. Su desarrollo lo hace polo de atracción para miles de personas en todo el mundo, en especial para quienes están más cerca de sus fronteras, hacia el sur. Conseguir hoy una visa de trabajo en el país presidido por Obama es de suyo una aventura burocrática (y cara). Frente al desempleo, la pobreza y la desesperanza de muchos centroamericanos, la única alternativa es transformarse en un “espalda mojada” y arriesgar la vida cruzando al norte del Río Bravo. Mas, buena parte de ellos inicia su odisea mucho antes, cuando deben atravesar México: ¿cómo?

Estos centroamericanos se suben (ilegalmente, claro) en trenes de carga, sobre la marcha, generalmente en grupos pequeños que forman un gran contingente. Se “acomodan” en las escalas, descansos, cubierta de vagones, donde sea. Viajan miles de kilómetros por México en esas condiciones, tratando de no sucumbir al frío, al sueño, al hambre, a la sed, a las pandillas criminales que los extorsionan (los “mareros”) y a los policías. Muchos se caen y pierden un brazo, una pierna o la vida. Pero el llamado “Tren de las moscas” no se detiene.

El tendido ferroviario mexicano pasa, en su región suroriental, cerca de Veracruz, por un pueblo conocido como Guadalupe o La Patrona. Y ahí, en ese pequeño poblado de casi cuatro mil habitantes, un grupo de mujeres, día a día, prepara bolsas y botellas con ropa, alimento, medicina, agua. Cuando se asoma el tren que viene del sur, este grupo se dispone al lado de la línea férrea y, a riesgo de la propia integridad física, sin saber quiénes son los que viajan arriba con la idea de torcer el destino, extiende su mano generosa a otra mano desamparada. Nadie se los pidió: les nació, no más. Eso es amor… y valentía de mujer.

Por el nombre de su pueblo, estas mujeres son conocidas hoy como “Las Patronas”. Algunas han dicho que su acción se genera en que la precariedad de los emigrantes “les parte el alma”. Otras han señalado que en los rostros de los viajeros han visto el de Jesús sufriente. Sea como sea, he ahí un ejemplo de estos días, de nuestra realidad contemporánea, en que, una vez más, se presenta el coraje del género femenino. Quien quiera conocer un poco más sobre esta historia puede visitar el sitio de más abajo (eso sí, sin llorar mucho, eh):
 

 
Si Naciones Unidas (cuyos secretarios generales han sido sólo hombres) consagró el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer, lo hizo por la presión de los decididos movimientos femeninos, en especial de las trabajadoras, demandando igualdad de trato, en circunstancias que aumentaba su incidencia en las faenas productivas y en la vida pública durante el siglo pasado. Ahí, en esa lucha, es en la que descolló otra mujer valiente, nuestra iquiqueña Elena Caffarena, de la que, hasta donde conozco, ninguna calle en Chile lleva su nombre.

Con todos los ejemplos señalados (y otros innumerables), no llamará la atención, por tanto, que sean principalmente las mujeres chilenas quienes, alejadas de criterios ajenos a la salud física y mental de los recién nacidos, aseguren que la anunciada normativa que extiende el período posnatal sea cumplida con los propósitos con que fue planteada hace varios años. Pues está claro que el beneficio es, no para ellas, las mujeres, sino para los bebés.

Gonzalo Rojas, el poeta, también se preguntó ¿qué se ama cuando se ama? (“¿la mujer con su hondura, sus rosas, sus volcanes…?”). Para el caso del género masculino (una buena parte al menos, entre los que me incluyo), queda claro que lo que se ama es a ese enigma que nos acompaña en el viaje por el mundo y la historia, que no por enigmática deja de ser valiente. A ella, para ellas, muchas felicidades.