miércoles, 16 de junio de 2010

No tan sinónimos

“De la rosa nos queda únicamente el nombre”

Umberto Eco.

Acto 1. Noticia en el portal de internet de un importante medio nacional:

"Queremos luz" y "Que den la cara" fueron los gritos más escuchados este mediodía frente al edificio de Chilectra, ubicado en calle Santa Rosa. Esas frases pertenecían a un centenar de pobladores de Quilicura, quienes reclamaron por la falta de energía eléctrica en su comuna.

Acto 2. Texto de noticia en el mismo portal anterior:

Todo comenzó en el sector de Las Hualtatas, en la comuna de Vitacura, cuando los vecinos avisaron de la presencia de cuatro delincuentes sospechosos a bordo de un jeep Vitara, que merodeaban el sector robando especies de vehículos estacionados.

Acto 3. Noticia antigua en el mismo sitio de internet:

Representantes de los pobladores sin casa de la toma de Peñalolén entregaron copias de una carta a los vecinos de la comunidad ecológica de esa comuna para explicar su situación, pedirles que no discriminen ni promuevan las distancias sociales.

¿Cómo se llama la obra?

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En su “Chile actual, anatomía de un mito”, el sociólogo Tomás Moulián, haciendo una revisión de la historia más reciente de este país y en una nota al pie de página, llamó la atención acerca de que los opositores a Salvador Allende, al denominar como “upeliento” a quienes eran partidarios de ese gobierno, acuñaron “una poderosa construcción lingüística que junta UP con ‘peliento’, chilenismo sinónimo de roto, pero más despectivo aún”.

La disputa por apropiarse de (o motejar a otros con) ciertas denominaciones es de viejo cuño y se desarrolla en los campos más variados de la actividad humana. Por ejemplo, es lo que ocurre con los médicos, que son llamados doctores sin haber realizado (o aprobado) un estudio de doctorado. O, en arenas más peliagudas e interesantes, es lo que pasa con algunas definiciones políticas: quién decide al que le corresponde el apelativo de momio, fascista, de izquierda, revolucionario, reaccionario, de centro, de centro-derecha, etc., etc.

Polémico tema este de los nombres que, en un terreno mucho más pedestre, a los padres (no a todos, lo reconozco) los complica enteros cuando deben elegir la “marca” que llevarán de por vida sus retoños.

Pues bien. Existe otro escenario interesante, el del paisaje urbano, en el que también se presenta este problema de las denominaciones. En rigor, la primera dificultad al querer aplicar un nombre genérico a quien habita la ciudad, que sería el de “ciudadano”, es que tal palabra se restringe a los poseedores de derechos cívicos (los que pueden votar y ser electos en cargos de representación popular). Por tanto, un niño que vive en la ciudad no será llamado ciudadano.

Por otro lado, y recurriendo a lo que señala el Diccionario de la Lengua Española, de la Real Academia Española (RAE), hay dos términos que tienen plena cabida cuando queremos hablar o referirnos a cualquier residente en la ciudad: poblador o vecino.

En el caso del primer vocablo, la RAE define a poblador como un adjetivo (posible de usar también como sustantivo) que se aplica a los habitantes de un lugar. A su vez, la misma institución señala que el habitante es “cada una de las personas que constituyen la población de un barrio, ciudad, provincia o nación”.

Por su parte, en la situación de la palabra vecino, la RAE indica cuatro significados posibles, donde el tercero hace referencia a quienes “habitan independientemente en una misma población, calle o casa”.

O sea, cuando queremos hablar de alguien que reside en la ciudad, podemos indistintamente hacer uso de los términos “poblador” o “vecino”. Pero algo diferente a esas posibilidades que el diccionario nos entrega es lo que ocurre hoy en Chile (y quizás en cuántas partes más) con la utilización de los nombres ante señalados. Y, en especial, cuando se ocupa el primero de ellos.

No es posible desconocer que en la historia de nuestras ciudades, al momento de formarse un conjunto habitacional, se utilizó bastante la fórmula de “población tanto tanto” (Población José María Caro, Población Gómez Carreño, Población La Victoria, Población Lo Franco, etc., etc.). Más todavía si la agrupación territorial nacía producto de una ardua lucha y no pocos sacrificios. Incluso, rigurosas investigaciones y publicaciones centradas en el problema de la vivienda hablan de poblaciones y pobladores. Así, tiempo atrás, nadie concurría en desliz lingüístico ni menos en discriminación social alguna cuando, a los que formaban parte de una población, se les llamaba pobladores. De hecho, había quienes ostentaban con orgullo tal denominación y lo señalaban casi como certificado de compromiso político, cuando no una prueba de haber sido parte de una legendaria batalla.

Sin embargo, habido cambio de costumbres y de miradas (igual que también evoluciona y se modifica la lengua), hoy por hoy se hacen esfuerzos para eliminar aquellos elementos que conllevan un dejo de discriminación de cualquier tipo (tal cual ocurre con la norma que obliga a los servicios públicos a no solicitar la fotografía en el currículum vitae de los que postulan a emplearse ahí). Algo que parece estar lejos de la mayoría de los medios de comunicación (y de unas cuantas autoridades, de hoy y de antes) cuando hacen una clara distinción al momento de ocupar las palabras “poblador” o “vecino”, como se puede observar en las citas de noticias al comienzo de este texto. ¿Se imaginan ustedes al alcalde Raúl Torrealba hablando de los pobladores de Vitacura?, ¿o que algún matutino haga referencia a que el presidente Piñera es poblador de la calle San Damián? Puede sonar divertido en este ejercicio de ficción, pero el asunto tiene otro tufillo en nuestra realidad urbana, ¿o no?

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