lunes, 2 de agosto de 2010

Leyendo (en/de) la ciudad

En la discusión sobre el otorgamiento del próximo Premio Nacional de Literatura, cosa para nada novedosa (la del entrevero, me refiero), hay quienes desestiman la importancia del galardón, aduciendo que Chile, hoy y desde hace varios años, es un país de pocos y malos lectores; para esto se apoyan en cifras de estudios serios que dan cuenta de tal realidad. Mala cosa esto de no agarrar los libros (¡que no son tan escasos los buenos!) y darle rienda suelta a la imaginación o al “diálogo” con sus autores.

Visto así el asunto, para empezar a revertir el mal ya señalado de nuestra (dis)capacidad lectora (y, entre otras cosas, poder meter la cuchara en discusiones literarias sin ser menospreciados) me parece muy saludable apoyar las iniciativas que apuntan a reconciliarnos con los libros, especialmente entre niños y jóvenes. Y no sólo con los libros; también con las revistas, periódicos y otros soportes más actuales. Aquí recuerdo lo expresado por una señora amiga que, haciendo dulce memoria, comentaba cómo los trabajadores de la construcción volvían a sus casas apretujados en las micros, cada cual leyendo el diario.

Por mi parte, deseo proponer que, además, nos entusiasmemos con otro tipo de lectura, distinto al que se sustenta en las palabras. Me explico brevemente: el sociólogo argentino Mario Margulis tiene un escrito bien interesante, llamado “La ciudad y sus signos”, en el que indica que esta construcción humana (la ciudad) “va expresando los múltiples aspectos de la vida social y transmitiendo sus significaciones (…) podemos leer la ciudad como si fuera un texto”. Esto es, la disposición urbana, el trazado de las calles, el emplazamiento de espacios públicos, las formas de casas y edificios, las estatuas y placas colocadas aquí y acullá, etc., etc., son señales, signos que se pueden leer… e interpretar.

Creo que, igual que hacemos al leer una novela o un ensayo, la “lectura” de los signos de la ciudad requiere dotarnos de una competencia que nos permita una mejor comprensión. Y para ello, recomendable es partir por caminar sus calles, recorrer sus espacios, mirar al frente y en 45 grados -hacia arriba y hacia abajo-, hablar con sus habitantes, “interrogar” a sus monumentos, escuchar sus sonidos. Estoy seguro que tras estos ejercicios, después de haber interactuado con el silabario urbano, estaremos en posición de descifrar historias más complejas: podremos interpretar algunos signos citadinos que hablan de luchas, de celebraciones, de momentos amargos, de abusos, de emociones, de epopeyas, en fin, seremos capaces de construir un relato que nos involucra, que nos concierne.

Quizás la propuesta que hago (que recojo más bien, ya que no es de mi originalidad), nos permita a los “ciudadanos de a pie” ser tomados más en cuenta por quienes planifican y determinan la morfología urbana. Haciendo un paralelo con las palabras iniciales de este texto, nos dotaríamos de herramientas para discutir a quién se le entrega el Premio Nacional de Literatura.

Si a usted, amigo lector, le pareció interesante la sugerencia de leer la ciudad a través de sus signos, le quiero plantear un ejercicio práctico, apoyados por la imagen.

Caminado por el centro de Santiago, concretamente por la calle Mac Iver, al llegar a la esquina oriente con Merced, nos encontramos con una antigua construcción religiosa. Remozada y de llamativos colores, bien merece un vistazo por fuera y una visita a su interior. Es la iglesia de La Merced, que posee desde hace años un campanario que inspiró a dos grandes del tango argentino a crear una canción (algo ya adelanté en un artículo anterior): Enrique Santos Discépolo y Alfredo Le Pera, coetáneos y compañeros de ruta de Carlos Gardel.

Parados en la vereda opuesta a la de la iglesia, por calle Mac Iver, diríamos en el mismo lugar donde alojaron en su fecha Discépolo y Le Pera, podremos observar una estructura sólida que contiene tres placas metálicas, en las que apenas se distinguen una figura humana y un par de escritos. Al acercarnos, nos damos cuenta que se trata de un homenaje a uno -deberían ser los dos- de los creadores del tango “Carillón de la Merced”, pero que en el texto lo que más se destaca (más que el nombre del homenajeado) es el de quien mandó a poner la placa: ¿así lo pidió el mandante?, ¿así lo diseñó el artista?, ¿así lo estipuló un funcionario admirador y celoso? A quienes transiten por el centro de Santiago los invito a leer este signo e interpretarlo. A los que residen en otros lares, les dejo un par de fotografías del hito para que puedan también participar.

Reafirmo, entonces, mi apoyo a las iniciativas que propendan a fomentar la lectura, tanto la de los signos lingüísticos como la de los signos urbanos. Por mientras, me iré a terminar de leer “Inés del alma mía”, de Isabel Allende, a ver si me alcanza para opinar sobre el mayor galardón literario del país.

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