Tal es el nuevo nombre que (avisan, pero no nos preguntan) tendrá la remozada Plaza Montt-Varas, frente al edificio de los Tribunales, cuadra sur de calle Compañía, entre Morandé y Bandera. Y la nueva denominación no es el único cambio que se opera en el sector, pues lo más vistoso es el aspecto que lucirá la superficie y los casi 500 estacionamientos para automóviles en cinco niveles subterráneos.
Con más de 472 años de vida de Santiago, tampoco es la primera gran modificación urbana en el área. Sin embargo, antes de recordar parte de su historia, y siguiendo con los números, cuando este 2013 se cumplen 40 años del Golpe de Estado de 1973, suena interesante preguntarse si acaso el nuevo espacio, de rutilante nombre, no podría contener siquiera una placa que recuerde a los tantos familiares y amigos de víctimas de abuso a los derechos humanos que deambularon y se manifestaron en ese lugar con la esperanza de encontrar justicia. Es solo una pregunta… y una propuesta, claro…
Cuando llegaron los jesuitas a Chile y a Santiago (12 de marzo de 1593), si bien tuvieron dependencias en distintas y varias partes de la capital, su edificación más importante -la iglesia- fue la que construyeron en la esquina suroriente de la manzana en que ahora está la antigua sede del Congreso. Y como la puerta principal del recinto daba hacia el sur, la calle contigua pasó a llamarse “de la Compañía”, hasta el día de hoy. Tal cual ocurrió con cada iglesia levantada en la ciudad, en el frontis de la de los seguidores de Ignacio de Loyola se dejó un espacio vacío a modo de pequeña plaza, que fue conocida como “Plazuela de la Compañía”, y que en este caso cruzaba la calle, como se advierte en el plano que confeccionó el ingeniero francés Amadeo Frezier en 1712 y que ustedes pueden revisar en el siguiente link de Memoria Chilena:
En 1767 los jesuitas fueron expulsados de todos los territorios españoles (y de América y de Chile, por cierto) y su santiaguina iglesia pasó a ser administrada por el obispado local. A su regreso, y varios años después de la independencia nacional, construyeron un nuevo recinto al sur de la entonces Alameda de las Delicias. Y la antigua Plazuela de la Compañía cambió de nombre (Plaza de O’Higgins) y de uso.
En efecto. Según nos cuenta en su “Recuerdos del pasado” el fecundo Vicente Pérez Rosales, fue su protector Domingo Arteaga, que oficiaba también de edecán de Bernardo O’Higgins, el responsable de erigir en el siglo XIX el “primer teatro chileno, fundado el año 18 en la calle de las Ramadas, trasladado el 19 a la de la Catedral, y colocado de firme el año 20 en la antigua plazuela de la Compañía…”.
Al ser ubicado frente a la iglesia de los jesuitas, el teatro de Arteaga quedó al lado norte de la antigua sede del Real Consulado (que corresponde hoy al ala oriente del actual edificio de los tribunales), en cuyos salones se realizó la sesión del Cabildo Abierto de 1810 y donde abdicó Bernardo O’Higgins a su cargo de Director Supremo, en 1823.
El primer teatro “de firme” de Santiago fue construido entonces en el espacio que ahora es objeto de una gran remodelación. Y no solo eso, pues la fecha de la inauguración fue todo un acontecimiento: 20 de agosto de 1820, mismo día en que don Bernardo celebraba su cumpleaños número 42, en que zarpaba desde Valparaíso la expedición libertadora al Perú, y en que se estrenaba la primera Canción Nacional (con versos de Vera y Pintado y música de Manuel Robles) en… el “teatro de Arteaga”.
Pasados los años, el histórico teatro fue demolido, igual que el edificio del Consulado. Y los restos de la iglesia de la Compañía fueron derribados tras el incendio que la afectó en diciembre de 1863. En 1905 comenzaron a edificar el actual Palacio de los Tribunales y la anterior plazuela fue alargada hacia el poniente hasta la calle Morandé; y dispusieron una estatua que recuerda a Manuel Montt y a Antonio Varas, cuyos apellidos también dieron nombre a la actual plaza.
Algunos de los acontecimientos narrados más arriba, sin duda trascendentes en la vida republicana y cultural del país, llevó en 1944 a instalar en las paredes exteriores del edificio de los Tribunales una placa recordatoria de esos eventos… aunque evocaba hechos que dividieron al país, como fue la renuncia de O’Higgins. Por qué entonces, insisto, no será posible hoy, ad portas de entregar una remozada plaza a la capital, disponer otra seña que haga homenaje a quienes, en ese mismo lugar, tanto sufrieron e invocaron leyes y principios mínimos de justicia.
Ah, una última cosa poca, todavía, a propósito de las remodelaciones comentadas al inicio. Imagino que el diseño de la nueva plaza no contempla esas rejas que le quitan su razón de ser a la Plaza de la Ciudadanía: un espacio público de tránsito libre… imagino… ¿O es muy ingenuo lo que digo?
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