viernes, 22 de julio de 2011

Milagro en la Alameda

Fernando Laroche: "Alameda de las Delicias" (1900)

Miles de jóvenes manifestándose por la Alameda de Santiago, con profundas demandas a favor de educación pública gratuita y de calidad, es una de las postales significativas del Chile de hoy. Y si sumamos jornadas parecidas de los últimos tiempos, en torno a temas medioambientales o por la tolerancia a la diversidad sexual, podemos colegir que la ciudadanía quiere expresarse y hacer notar su parecer, cuando muchos la percibían presa de un prolongado letargo. Hay quienes hablan de un milagro, tal cual se cuenta del Lázaro de Betania.

Si bien las movilizaciones no han sido, ni mucho menos, exclusividad de la capital, lo cierto es que el peso político y demográfico de esta ciudad hace que destaquen por sobre lo que ocurre en regiones. Y en Santiago, claramente y no por casualidad, la arteria que concentra y sirve al desplazamiento de los manifestantes es la Alameda del Libertador Bernardo O’Higgins.

Inoficioso sería detallar todas las razones que llevan a la Alameda a cumplir el rol antes señalado. Empero, que en su paisaje estén La Moneda y la Plaza Baquedano –llamada Plaza Italia por la mayoría de quienes la refieren- explica bastante. Además, históricamente, esta vía central guarda recuerdos imborrables en el ámbito de la expresión ciudadana en el espacio público, más allá de las áreas de la política o las demandas sociales.

De seguro que el propio Bernardo O’Higgins así lo quiso, desde el momento en que por decreto de 1818, cuando trazó la antigua Cañada como paseo público, la bautizó inicialmente como “Campo de la Libertad Civil”, gesto muy propio de los aires republicanos y liberales de quienes condujeron la emancipación nacional.

Durante el siglo XIX y las primeras décadas del siguiente, la “Alameda de las Delicias”, como finalmente la llamó O’Higgins desde 1821, cada día recibió a los paseantes y vendedores que enriquecieron su paisaje y la transformaron en paseo privilegiado, como recordaba en 1941 el escritor Ricardo Puelma en su “Arenas del Mapocho”:

¡Alameda dominguera…! Yo te recuerdo con tus dos acequias laterales donde refrescaban sus manos los borrachos. Con tus vacas…, donde vendían leche pura con coñac, reventando espumosa de las ubres (…) Y las clásicas fiestas con trasnochada, del Dieciocho, la Pascua y el Año Nuevo. Desde luego, se tendía un techo en la avenida central con banderitas tricolores y faroles chinescos. Y abajo se extendían las fondas, como una gran serpiente de alegría, desde San Francisco a la Estación. Arpa y guitarra, coro de chinas cantoras con tamboreo y huifa, y déle que suene hasta que reventaba el sol por la cordillera.

Más todavía: la importancia de la Alameda fue refrendada cuando se instalaron a su vera, entre otras, las sedes del Gobierno (La Moneda, con tal función desde 1846); de la Universidad de Chile (1872); de la Universidad Católica (1914); de la Biblioteca Nacional (1925). Lo mismo cabe decir para cuando comenzó a funcionar la Estación Central de Ferrocarriles (primer edificio hacia 1857) y desde que el peñón del Santa Lucía fue entregado a la ciudad como paseo, en 1874.

Quizás la impronta que tuvo hasta mediados del siglo XX la arteria vial que nos ocupa llevó a uno de los fundadores del Ballet Nacional de Chile, el alemán Ernst Uthoff, a estrenar internacionalmente en 1957, en el Teatro Victoria de la capital, una obra navideña hecha “para niños de ocho a ochenta años relatado en danza y pantomima”, que llamó precisamente “Milagro en la Alameda”.

Y ojo, no se crea que todo lo que pasó antaño en la Alameda alimenta sólo dulces evocaciones. También las luchas sociales y políticas la tuvieron varias veces de escenario principal, y no pocas víctimas registra su historia casi doblemente centenaria, como ocurrió en 1905 durante la conocida “Huelga de la carne”.

Sin embargo, como fenómeno de largo aliento, hay que señalar que ya desde la década de 1940, en que la capital llega al primer millón de habitantes y cuando desaparecen del mapa de la Alameda la antigua Pérgola de las Flores y el Parque Inglés, ambos frente a la colonial iglesia de San Francisco, esta avenida irá perdiendo su carácter de espacio público de encuentro frente al aumento de la circulación de vehículos a motor, caracterizándose más como un lugar de paso que de paseo.

Justamente por estos días, en un afán por revitalizar prácticas sociales medio extraviadas, y cuando ciudades como Santiago parecieran fragmentarse en un sinnúmero de realidades particulares, varias de las instituciones culturales más importantes del país -y cuyas puertas dan hacia la Alameda- han decidido formar una red que, en especial, ayude a recuperar parte del rol que jugó esta avenida como espacio público de encuentro y sociabilidad.

Enhorabuena el nacimiento de este referente, llamado “Eje Alameda, Circuito Cultural” (http://ejealameda.wordpress.com/). Quién sabe si en poco tiempo más, por ejemplo cuando en el año 2021 celebremos el bicentenario de la creación de la Alameda, tengamos un nuevo milagro por obra y gracia de los hombres: que la principal calle capitalina disponga de una calzada exclusiva para los que quieran manifestar sus demandas o deseen transitarla y conversarla a paso lento.

Claro, tal vez ya no habrá venta de leche con coñac ni de pequenes, como un siglo atrás. Pero me agrada imaginar una Alameda en la que, al mismo tiempo, mientras unos ven cine o teatro, otros observan una exposición plástica o fotográfica; mientras unos engullen completos y refrescan el gaznate con cerveza, otros bailan con Chico Trujillo o Los Trukeros. Por qué no.

viernes, 17 de junio de 2011

Lugarizando la memoria: Joan Baez en Ñuñoa, Chile

Invierno de 1981, invierno de 2011. Treinta años.

A pocos días del inicio oficial del invierno, se reencuentra de nuevo con el público chileno toda una institución en la producción de música de películas: Ennio Morricone. De seguro que el éxito de su anterior paso por el país, hace tres años, incentivó la idea de traerlo de nuevo por estas latitudes.

El catálogo de Morricone es muy amplio y, para muchos, archiconocido. Ganador de un Oscar Honorífico en 2007, ha trabajado con directores de cine entre los que se cuentan Brian de Palma, Pedro Almodóvar y, por cierto, Sergio Leone. Algunas de las cintas en que participó fueron La Misión, El bueno, el malo y el feo, Cinema Paradiso, El clan de los sicilianos, Los intocables… sólo por nombrar algunas.

Podríamos escribir eternos párrafos a fin de dar cuenta del trabajo de este músico originario de Italia. Y unas cuantas páginas serían llenadas con la diversidad de géneros fílmicos en que ha participado. Sin embargo, a propósito de su regreso a nuestro país, hay una película que es pertinente recordar: se trata de una estrenada en 1971 y que relata el juicio y muerte de dos anarquistas italianos en Estados Unidos: Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti. Del director Giuliano Montaldo, la película incluye una canción que se hizo popular en todo el mundo, con el nombre de Here’s to you, interpretada por Joan Baez, la cantante norteamericana que en su momento fue llamada la reina de la canción protesta.

Joan Baez, antes de la colaboración con Morricone, ya era famosa por su vínculo con la música folk, por su participación en movimientos pacifistas y a favor de los derechos humanos, por su trabajo con Bob Dylan y por su actuación en el festival de Woodstock. Por lo mismo, no fue extraño verla siempre rodeada de miles de jóvenes, en multitudinarias marchas o conciertos, o al lado de figuras como Martin Luther King. De ahí, sólo un paso tuvo que dar para formar parte de la banda sonora de Sacco y Vanzetti, la película que difundió una histórica injusticia de principios del siglo veinte.

Hacia 1981, en América Latina varios estados vivían bajo regímenes militares. Por cierto, Chile no era la excepción. En ese contexto, Joan Baez organizó una gira que incluyó Brasil, Argentina y nuestro país. Toda una empresa de solidaridad por los derechos humanos, no exenta de complejos avatares y amenazas, como la prohibición de hacer presentaciones en público.

En el invierno de 1981, en Chile todavía el dólar estaba a 39 pesos. La crisis económica del 82, la misma que quebró bancos y financieras, la que elevó la cesantía a un 25 por ciento, aún no masificaba las protestas contra la dictadura y, en ese contexto, quienes se manifestaban en contra del atropello a los derechos humanos estaban más bien confinados a un margen. Era peligroso, mortal muchas veces, sacar la voz… ni qué decir alzarla.

En el invierno de 1981, ante el acoso a la disidencia, buena parte de la Iglesia Católica, dirigida por Raúl Silva Henríquez, seguía disponiendo su ayuda a quienes no concordaban con el régimen militar, a través de la Vicaría de la Solidaridad o, muchas veces, facilitando recintos eclesiásticos a los opositores de entonces, sobre todo si de proteger los derechos humanos se trataba.

En el invierno de 1981, Joan Baez arribó a Chile, por muy poco tiempo, negándole las autoridades el permiso para hacer un concierto público. Como en otras oportunidades de esos tiempos, se hicieron los arreglos necesarios para que miles de personas no se quedaran con las ganas de recibir el saludo de la cantante norteamericana. Y así fue organizada una presentación privada, sin venta de boletos, corriendo la voz, en un salón de la Parroquia Santa Gemita, en calle Suecia al llegar a Simón Bolívar, en la comuna de Ñuñoa.

También en el invierno de 1981, en la edición número 13 de la recordada revista La Bicicleta, se anunció en portada una revisión fotográfica de la “gira” que hizo la cantante norteamericana. Más tarde, el sello Alerce, bajo la batuta del incansable Ricardo García, sacó un cassette con el registro de la actuación de Baez en Santa Gemita. Son fuentes importantes para dar cuenta de un momento especial que se vivió en Santiago de Chile.

En otro invierno posterior, en los pasillos del Campus Oriente de la Católica, alguien contó la aventura que vivió la vez que saltó las altas rejas de la parroquia Santa Gemita, a fin de entrar a escuchar el concierto de Joan Baez. Con emoción, decía que miles de personas no pudieron ingresar al salón y debieron contentarse con oírla desde un patio, por altavoces. Un amigo, más privilegiado, me narró que la artista estadounidense también visitó la sede de la Fundación Missio, en la zona norte de Santiago, para apoyar la labor que encabezaba la monja Karoline Mayer por los pobladores más pobres. Ahí la reina del folk interpretó unas pocas canciones y, cuando ya se retiraba, le pidieron que cantara ese himno de Bob Dylan llamado Blowing in the wind, ante lo que Baez se excusó diciendo que ya había guardado su guitarra; pero mi amigo tomó la propia, se puso a rasguear y, caminando por un corredor hacia la calle, tuvo el privilegio de acompañar el canto de Joan.

Al comenzar el invierno de 2011, treinta años después de los hechos narrados más arriba, gracias al soporte tecnológico de internet, pueden ustedes escuchar algo de lo que emocionó a más de cinco mil personas que, con mucho cuidado y sigilo, se reunieron en una parroquia de Ñuñoa, en la calle Suecia al llegar a Simón Bolívar.


“Sí, es verdad”, expresó Joan Baez en la parroquia Santa Gemita, como respuesta al coro multitudinario que se sumó al Here’s to you, y que modificó espontáneamente la letra del inglés por el criollo El pueblo unido jamás será vencido. Quizás algún asistente al concierto de estos días de Ennio Morricone, al oír el tema de Sacco y Vanzetti, infaltable en su repertorio, también recuerde que esa canción, hace treinta años, en el invierno de 1981, en la voz de Joan Baez, pasó a formar parte de una memoria que debe ser situada, que necesita ser lugarizada.

martes, 8 de marzo de 2011

Las patronas del 8 de marzo…

“Enigma fuiste. Enigma serás”. En un poema, así retrata Gonzalo Rojas a la mujer, a una mujer. Cohabitamos el mundo desde siempre y, para muchos hombres, nuestras compañeras de ruta siguen siendo un misterio. Quizás a ellas les ocurra lo mismo con nosotros. Empero, detrás de lo que nos puede parecer indescifrable, hay certezas del (o sobre el) mundo femenino que no se pueden soslayar o dejar de destacar, tal cual la valentía al momento de defender los derechos de los más débiles.

Esta valentía de las mujeres ya fue recogida por la literatura de la Grecia clásica, veinticinco siglos atrás, como en la divertida comedia en que, muy resueltas y dirigidas por Lisístrata, las esposas helénicas exigieron a sus maridos terminar con una larga guerra que enfrentó entre sí a las distintas polis, recurriendo a la estrategia de abstenerse de tener sexo con sus parejas; o sea, no fue una huelga, como diríamos hoy, de brazos caídos, sino de piernas cerradas (¡qué martirio, hombre!). Por cierto que lograron su objetivo: paz en las ciudades y… desorden en los dormitorios.

Porque hay que ser valiente, como lo fue nuestra Gabriela Mistral, no ya para incursionar en la alta literatura, sino al haber solicitado el indulto presidencial para su colega María Carolina Geel, la madura escritora que una tarde de abril de 1955 cegó la vida de su joven amante, con certeros disparos, en el desaparecido Hotel Crillón de Santiago. Y coraje fue el que demostró la propia victimaria al describir su permanencia tras las rejas (“Cárcel de mujeres”), obra en la que, tal vez, testimonió la (sin) razón de su acto fatídico, al decir que hay quien “llega a conocer la más mortal de las sensaciones de dolor: el tedio en el alma”.

De seguro algunos dirán que no es muy arrojado pedir cuando se tiene un premio Nobel en las manos; o que no es extraño sacar a relucir la valentía cuando se juega la vida o el honor. Ahí yo recordaría tan sólo la famosa historia del huevo de Colón. Pero nadie podrá cuestionar o dejar de celebrar los casos en que el pellejo se pone en riesgo nada más que por solidaridad con el que sufre, sin siquiera conocerlo, sin necesidad propia y menos con afanes “marqueteros”: puro amor al prójimo, que le llaman.

Estados Unidos es un país formado, en gran medida, por inmigrantes. Su desarrollo lo hace polo de atracción para miles de personas en todo el mundo, en especial para quienes están más cerca de sus fronteras, hacia el sur. Conseguir hoy una visa de trabajo en el país presidido por Obama es de suyo una aventura burocrática (y cara). Frente al desempleo, la pobreza y la desesperanza de muchos centroamericanos, la única alternativa es transformarse en un “espalda mojada” y arriesgar la vida cruzando al norte del Río Bravo. Mas, buena parte de ellos inicia su odisea mucho antes, cuando deben atravesar México: ¿cómo?

Estos centroamericanos se suben (ilegalmente, claro) en trenes de carga, sobre la marcha, generalmente en grupos pequeños que forman un gran contingente. Se “acomodan” en las escalas, descansos, cubierta de vagones, donde sea. Viajan miles de kilómetros por México en esas condiciones, tratando de no sucumbir al frío, al sueño, al hambre, a la sed, a las pandillas criminales que los extorsionan (los “mareros”) y a los policías. Muchos se caen y pierden un brazo, una pierna o la vida. Pero el llamado “Tren de las moscas” no se detiene.

El tendido ferroviario mexicano pasa, en su región suroriental, cerca de Veracruz, por un pueblo conocido como Guadalupe o La Patrona. Y ahí, en ese pequeño poblado de casi cuatro mil habitantes, un grupo de mujeres, día a día, prepara bolsas y botellas con ropa, alimento, medicina, agua. Cuando se asoma el tren que viene del sur, este grupo se dispone al lado de la línea férrea y, a riesgo de la propia integridad física, sin saber quiénes son los que viajan arriba con la idea de torcer el destino, extiende su mano generosa a otra mano desamparada. Nadie se los pidió: les nació, no más. Eso es amor… y valentía de mujer.

Por el nombre de su pueblo, estas mujeres son conocidas hoy como “Las Patronas”. Algunas han dicho que su acción se genera en que la precariedad de los emigrantes “les parte el alma”. Otras han señalado que en los rostros de los viajeros han visto el de Jesús sufriente. Sea como sea, he ahí un ejemplo de estos días, de nuestra realidad contemporánea, en que, una vez más, se presenta el coraje del género femenino. Quien quiera conocer un poco más sobre esta historia puede visitar el sitio de más abajo (eso sí, sin llorar mucho, eh):
 

 
Si Naciones Unidas (cuyos secretarios generales han sido sólo hombres) consagró el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer, lo hizo por la presión de los decididos movimientos femeninos, en especial de las trabajadoras, demandando igualdad de trato, en circunstancias que aumentaba su incidencia en las faenas productivas y en la vida pública durante el siglo pasado. Ahí, en esa lucha, es en la que descolló otra mujer valiente, nuestra iquiqueña Elena Caffarena, de la que, hasta donde conozco, ninguna calle en Chile lleva su nombre.

Con todos los ejemplos señalados (y otros innumerables), no llamará la atención, por tanto, que sean principalmente las mujeres chilenas quienes, alejadas de criterios ajenos a la salud física y mental de los recién nacidos, aseguren que la anunciada normativa que extiende el período posnatal sea cumplida con los propósitos con que fue planteada hace varios años. Pues está claro que el beneficio es, no para ellas, las mujeres, sino para los bebés.

Gonzalo Rojas, el poeta, también se preguntó ¿qué se ama cuando se ama? (“¿la mujer con su hondura, sus rosas, sus volcanes…?”). Para el caso del género masculino (una buena parte al menos, entre los que me incluyo), queda claro que lo que se ama es a ese enigma que nos acompaña en el viaje por el mundo y la historia, que no por enigmática deja de ser valiente. A ella, para ellas, muchas felicidades.