Esta idea de identidad recreada implica reconocer que la realidad es un constante devenir que no se puede quedar anquilosado en estructuras inamovibles, ya que estamos hablando de fenómenos sociales (como lo es la cultura de un pueblo) y que, por tanto, están dotados de una capacidad de renovación constante. Es la vieja dicotomía entre lo viejo y lo nuevo, donde las mentes y personalidades que buscan el desarrollo de los pueblos se afanan por potenciar las posibilidades de la gente, a partir del reconocimiento, rescate y difusión de aquello que está en el origen de un camino.
Y Violeta Parra es una personalidad progresista que busca superar las limitaciones que constriñen al ser humano, que busca con creatividad nuevas sendas para desarrollar la potencialidad del hombre. Pero si no se conoce lo que se es (y no se reconoce), ¿desde qué base se puede generar un aporte? ¿Cuál es la especificidad que constituye el aporte propio a la mancomunión del humano, en cualquier parte del planeta? No es el nacionalismo decimonónico lo que caracteriza la obra y el pensamiento de Violeta Parra.
Por ello es que su trabajo -fuerza es reiterar que recoge y se alimenta de las tradiciones más ancestrales de la vida campesina chilena- no se limita a una glorificación acrítica de las raíces propias, sino que las recupera para que no sean sepultadas en el olvido y, yendo más allá, les otorga una forma que trascienda la simple copia. Lo que hizo Violeta se asemeja a lo que hicieron los grandes genios de la música clásica al universalizar las tradiciones, desde donde emergen y se nutren sus obras. Y una obra que se precie de ser universal, como ocurre en el caso de Violeta, debe recurrir a un lenguaje que trascienda los márgenes de las raíces de donde proviene esa obra, por muy identificada que esté con dicha matriz.
Con otras palabras, es lo que señala Leonidas Morales en un texto sobre la génesis del arte de Violeta Parra, al describir la dicotomía que se presenta para la autora chillaneja (y para la sociedad en su conjunto) entre los mundos urbano y rural (que vendrían a representar la oposición entre lo viejo y lo nuevo): “No se trataba pues de prolongar la tradición de la cultura folklórica como si nada la alterara, sino de recrearla en un plano de libertad. Esta recreación, dirigida necesariamente a un receptor urbano, el único en condiciones de penetrar en su sentido, debía realizarse además con los procedimientos propios del arte urbano. Por eso, junto con hacer suyo el saber artístico del folklore, el largo aprendizaje de Violeta incluyó la búsqueda, en las más diversas modalidades del arte popular urbano, de las orientaciones que le permitieran recrear la herencia de la cultura folklórica, salvándola sin traicionar su espíritu, y salvándose ella misma en la recreación”.
La propuesta de identidad que nos hace Violeta se parece a lo que Cristian Santa María, en la presentación de la primera edición de las “Décimas”, en 1970, dijo respecto a la publicación de esa obra: “No es monumento, sino faro”. ¿Qué otra cosa podríamos decir al leer (y escuchar, y cantar) canciones como “Gracias a la vida” o “Volver a los diecisiete”, las más difundidas de sus obras musicales? Es cierto que en ellas encontramos ritmos, instrumentos y palabras propias de lo que llamamos nuestra cultura; pero, también encontramos una lírica de alcances más universales, las mismas que hacen decir a algunos que mientras nosotros sólo conversamos con las flores, Violeta se permitió conversar con las estrellas.
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