Pese a que el más mediático aniversario vinculado a Santiago en estos días tiene que ver con los dos años de la puesta en marcha del Transantiago, me parece que a sólo meses de llegar al bicentenario de la República bueno sería también recordar que hace poco más de cuatro siglos, 468 años exactamente, un grupo de ciento cincuenta españoles, comandados por Pedro de Valdivia, dio inicio a un proceso más complejo y profundo, que le cambió la vida a los miles de indígenas que habitaban la cuenca del Mapocho… y a los propios peninsulares, por cierto. Es el inicio de la mixtura (no sin violencia) que hizo de nosotros lo que somos.
Tal como se señala en el acta de fundación, un 12 de febrero fue la fecha oficial del nacimiento de Santiago del Nuevo Extremo. Seguramente la ceremonia no se efectuó en una terraza del cerro Huelén (rebautizado por los españoles como Santa Lucía), según muestra un cuadro de Pedro Lira que se popularizó impreso en billetes de 1 escudo. Lo más probable es que el acto haya sido en torno a la actual Plaza de Armas. Pero, como dijo Armando de Ramón, más que de un momento particular, es mejor indicar que la fundación de Santiago fue un proceso. Lo importante es que nació una ciudad, nuestra ciudad, la ciudad capital de Chile.
Y la ciudad puede ser homenajeada de muchas maneras. Por ejemplo, invitándonos a sus habitantes a tener un rol más activo en la toma de decisiones que nos conciernen a todos. Por mi parte, entre tantos distinguidos personajes o historias notables de esta ciudad que podrían servir de tributo a Santiago, quisiera recordar a algunos artistas, sólo cinco casos, que plasmaron su visión de la capital a través de la música y el canto. No es por cierto una tarea que acabe aquí (se puede continuar, por ejemplo, en los colegios).
La primera en ser citada es la madre Violeta Parra. Llegada del sur del país, Violeta moró sus primeros años capitalinos en el barrio Yungay (con justeza, recién declarado zona típica en un sector bien amplio) y no es extraño que recuerde -en una de sus estadías en Francia- lugares como la calle Matucana y la Quinta (Normal) en “Violeta ausente”, tema que también podemos ver y oír en una versión de Los Jaivas (http://www.youtube.com/watch?v=9rqhL8keNdA).
El famoso “guatón” Segundo Zamora, nacido en tierras salitreras, nos legó el que perfectamente podría ser un himno de la capital: “Adiós, Santiago querido”, tema que también está lleno de nostalgias por lugares entrañables de la ciudad, coincidiendo con Violeta en nombrar la calle Matucana (en su, antaño, brava esquina con la calle San Pablo) y la Quinta Normal. En internet pueden disfrutar de la versión que grabó el conjunto del Ballet Folclórico de Chile (Bafochi) y que sirve de trasfondo para presentar varias imágenes de Santiago: http://www.youtube.com/watch?v=rmUxswRGV8k.
La mirada irónica de nuestra ciudad no puede estar ausente en esta pequeña revisión; y el encargado de mostrarnos algunas de las contradicciones que a diario vivimos y sufrimos los santiaguinos es el trovador Eduardo Peralta, con un tema que hizo popular en peñas de los años ochenta: “Santiago”, en el que festina, entre otras cosas, con el uso de anglicismos y con la importancia “cultural” de la televisión. Pueden recordar esta canción, en versión de su autor, en http://www.youtube.com/watch?v=cVMR5M59_y0.
Otro tema que pasea por parte de nuestra capital es el que compuso Joaquín Prieto y que grabara (como muchos otros) su más conocido hermano Antonio: “Huija”. De nuevo tenemos la mirada del que recuerda, como diría Oreste Plath, “el Santiago que se fue”, el que los Prieto vivieron cuando pequeños, vendiendo pescados en la calle Bascuñán o recorriendo la ciudad en el desaparecido tranvía. La canción es posible escucharla acompañada de varias fotografías en http://www.youtube.com/watch?v=-VcXFzvlIkY.
Por último, no podía estar ausente la creación que hizo Luis Le-Bert y que grabó y popularizó con Santiago del Nuevo Extremo: “A mi ciudad”. Aquí nos encontramos con una canción que refleja a la ciudad que le robaron “el sol de primavera”, pero que invita a recuperarlo uniendo las voces. Es, tal vez, la más representativa del Santiago de la década de los ochenta y podemos apreciarla en su versión original, también con una serie de imágenes, en http://www.youtube.com/watch?v=mTn_naBDi6I.
Es cierto: hay muchos más temas y autores que le han dedicado música y versos a nuestra capital. Algunos recrean calles y barrios; otros pasean por pequeñas y grandes historias; otros muestran a famosos y desconocidos personajes. En algunos casos los sonidos se vinculan a la tradición campesina; en cambio varios se nutren del rock. Hay canciones divertidas y bucólicas. Pero es indudablemente Santiago, que por estos días está de cumpleaños, el escenario o el motivo del canto. Completar o aumentar el listado ofrecido es, como señala Mauricio Redolés en uno de sus poemas, tarea para la casa.
jueves, 12 de febrero de 2009
jueves, 5 de febrero de 2009
La identidad recreada en Violeta Parra
Si bien la obra de Violeta Parra, muchas veces, es destacada por el rescate que hace de las viejas tradiciones, varias de las cuales se conservaban casi en forma exclusivamente oral, y por sus creaciones musicales de claros contornos folklóricos, el concepto de identidad que logra diseñar la creadora nacional no corresponde a lo que podríamos llamar una pieza de museo. Es decir, Violeta entiende que la identidad cultural, aun cuando se liga impajaritablemente con determinadas bases o raíces desde las cuales emerge, no es una estructura que se queda quieta en el tiempo, sino que a cada rato se nutre de nuevos aportes.
Y Violeta Parra es una personalidad progresista que busca superar las limitaciones que constriñen al ser humano, que busca con creatividad nuevas sendas para desarrollar la potencialidad del hombre. Pero si no se conoce lo que se es (y no se reconoce), ¿desde qué base se puede generar un aporte? ¿Cuál es la especificidad que constituye el aporte propio a la mancomunión del humano, en cualquier parte del planeta? No es el nacionalismo decimonónico lo que caracteriza la obra y el pensamiento de Violeta Parra.
Por ello es que su trabajo -fuerza es reiterar que recoge y se alimenta de las tradiciones más ancestrales de la vida campesina chilena- no se limita a una glorificación acrítica de las raíces propias, sino que las recupera para que no sean sepultadas en el olvido y, yendo más allá, les otorga una forma que trascienda la simple copia. Lo que hizo Violeta se asemeja a lo que hicieron los grandes genios de la música clásica al universalizar las tradiciones, desde donde emergen y se nutren sus obras. Y una obra que se precie de ser universal, como ocurre en el caso de Violeta, debe recurrir a un lenguaje que trascienda los márgenes de las raíces de donde proviene esa obra, por muy identificada que esté con dicha matriz.
Con otras palabras, es lo que señala Leonidas Morales en un texto sobre la génesis del arte de Violeta Parra, al describir la dicotomía que se presenta para la autora chillaneja (y para la sociedad en su conjunto) entre los mundos urbano y rural (que vendrían a representar la oposición entre lo viejo y lo nuevo): “No se trataba pues de prolongar la tradición de la cultura folklórica como si nada la alterara, sino de recrearla en un plano de libertad. Esta recreación, dirigida necesariamente a un receptor urbano, el único en condiciones de penetrar en su sentido, debía realizarse además con los procedimientos propios del arte urbano. Por eso, junto con hacer suyo el saber artístico del folklore, el largo aprendizaje de Violeta incluyó la búsqueda, en las más diversas modalidades del arte popular urbano, de las orientaciones que le permitieran recrear la herencia de la cultura folklórica, salvándola sin traicionar su espíritu, y salvándose ella misma en la recreación”.
La propuesta de identidad que nos hace Violeta se parece a lo que Cristian Santa María, en la presentación de la primera edición de las “Décimas”, en 1970, dijo respecto a la publicación de esa obra: “No es monumento, sino faro”. ¿Qué otra cosa podríamos decir al leer (y escuchar, y cantar) canciones como “Gracias a la vida” o “Volver a los diecisiete”, las más difundidas de sus obras musicales? Es cierto que en ellas encontramos ritmos, instrumentos y palabras propias de lo que llamamos nuestra cultura; pero, también encontramos una lírica de alcances más universales, las mismas que hacen decir a algunos que mientras nosotros sólo conversamos con las flores, Violeta se permitió conversar con las estrellas.
Esta idea de identidad recreada implica reconocer que la realidad es un constante devenir que no se puede quedar anquilosado en estructuras inamovibles, ya que estamos hablando de fenómenos sociales (como lo es la cultura de un pueblo) y que, por tanto, están dotados de una capacidad de renovación constante. Es la vieja dicotomía entre lo viejo y lo nuevo, donde las mentes y personalidades que buscan el desarrollo de los pueblos se afanan por potenciar las posibilidades de la gente, a partir del reconocimiento, rescate y difusión de aquello que está en el origen de un camino.
Y Violeta Parra es una personalidad progresista que busca superar las limitaciones que constriñen al ser humano, que busca con creatividad nuevas sendas para desarrollar la potencialidad del hombre. Pero si no se conoce lo que se es (y no se reconoce), ¿desde qué base se puede generar un aporte? ¿Cuál es la especificidad que constituye el aporte propio a la mancomunión del humano, en cualquier parte del planeta? No es el nacionalismo decimonónico lo que caracteriza la obra y el pensamiento de Violeta Parra.
Por ello es que su trabajo -fuerza es reiterar que recoge y se alimenta de las tradiciones más ancestrales de la vida campesina chilena- no se limita a una glorificación acrítica de las raíces propias, sino que las recupera para que no sean sepultadas en el olvido y, yendo más allá, les otorga una forma que trascienda la simple copia. Lo que hizo Violeta se asemeja a lo que hicieron los grandes genios de la música clásica al universalizar las tradiciones, desde donde emergen y se nutren sus obras. Y una obra que se precie de ser universal, como ocurre en el caso de Violeta, debe recurrir a un lenguaje que trascienda los márgenes de las raíces de donde proviene esa obra, por muy identificada que esté con dicha matriz.
Con otras palabras, es lo que señala Leonidas Morales en un texto sobre la génesis del arte de Violeta Parra, al describir la dicotomía que se presenta para la autora chillaneja (y para la sociedad en su conjunto) entre los mundos urbano y rural (que vendrían a representar la oposición entre lo viejo y lo nuevo): “No se trataba pues de prolongar la tradición de la cultura folklórica como si nada la alterara, sino de recrearla en un plano de libertad. Esta recreación, dirigida necesariamente a un receptor urbano, el único en condiciones de penetrar en su sentido, debía realizarse además con los procedimientos propios del arte urbano. Por eso, junto con hacer suyo el saber artístico del folklore, el largo aprendizaje de Violeta incluyó la búsqueda, en las más diversas modalidades del arte popular urbano, de las orientaciones que le permitieran recrear la herencia de la cultura folklórica, salvándola sin traicionar su espíritu, y salvándose ella misma en la recreación”.
La propuesta de identidad que nos hace Violeta se parece a lo que Cristian Santa María, en la presentación de la primera edición de las “Décimas”, en 1970, dijo respecto a la publicación de esa obra: “No es monumento, sino faro”. ¿Qué otra cosa podríamos decir al leer (y escuchar, y cantar) canciones como “Gracias a la vida” o “Volver a los diecisiete”, las más difundidas de sus obras musicales? Es cierto que en ellas encontramos ritmos, instrumentos y palabras propias de lo que llamamos nuestra cultura; pero, también encontramos una lírica de alcances más universales, las mismas que hacen decir a algunos que mientras nosotros sólo conversamos con las flores, Violeta se permitió conversar con las estrellas.
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