miércoles, 17 de diciembre de 2008

¡Tramoyistas del mundo, uníos!


Cada vez que finaliza una función artística, los aplausos (si los hay) se los llevan los actores principales y, en general, la gente que sale en escena. Sin embargo, todos sabemos que la organización de un espectáculo requiere del esfuerzo de muchos otros que se ubican tras las bambalinas. Generalmente desconocidos o de bajo perfil, suelen recibir el reconocimiento público sólo cuando alguien lo pide de manera expresa. Así ocurre con los responsables del maquillaje, el vestuario o… la tramoya.

La tramoya, grosso modo, es todo lo que se vincula con los elementos pesados o de cierta envergadura que se utilizan en la ejecución o puesta en escena de una obra (teatro, concierto, cine, etc.). Lo habitual es que se le asocie con la escenografía y todos los movimientos de utilería. Y, por cierto, el encargado de todo ese andamiaje es llamado tramoyista. Desconozco el origen de la frase, pero durante algún tiempo, en nuestro país, en la televisión por ejemplo, fue habitual que se identificara a quienes ejercían éste y otros oficios similares con la designación genérica de “Luchito Mario”, como una forma más de significar el anonimato en que desarrollan su labor. Sin embargo, nadie desconoce que sin su presencia, el espectáculo no es posible.

Hacia 1857, en Santiago se inauguró el Teatro Municipal, magna y bella obra que serviría para cobijar a las más importantes representaciones ligadas a la ópera, al ballet y a la llamada música clásica. Necesitaba la capital un espacio digno para tales manifestaciones artísticas, que dejara en el olvido a los antiguos edificios de madera que le precedieron para tales fines, como el construido en 1820 por el edecán de Bernardo O’Higgins, en la Plazuela de la Compañía.

De estilo neoclásico, el hermoso edificio del Teatro Municipal fue responsabilidad del arquitecto Francisco Brunet des Baines y del ingeniero Augusto Charme, ambos de origen francés. Pero, más de ciento cincuenta años de existencia no han pasado en vano y, por lo mismo, nombres como los de los arquitectos Lucien Hénault, Emilo Doyére o Eusebio Chelli, están inscritos también en su historia; la razón, eso sí, más que el deterioro natural, ha sido el de los varios desastres que lo han afectado.

De seguro que el episodio más lamentable que sufrió el Municipal de Santiago, y que lo mantuvo cerrado durante casi tres años, fue el famoso incendio del 8 de diciembre de 1870. Exactamente siete años después del siniestro que acabó con la Iglesia de la Compañía y que, por la conmoción que causó, diera origen al Cuerpo de Bomberos de la capital, esta institución de voluntarios debió enfrentar las llamas que se desencadenaron al finalizar una presentación de la cantante Carlota Patti. Ya los bomberos santiaguinos habían participado en incendios de proporciones, pero en el del Municipal tendrían a su primer mártir: el teniente tercero Germán Tenderini y Vacca.

Nacido en Italia, activo militante de la lucha que dio origen a la república en su país natal (1870, el mismo año en que murió trágicamente), Tenderini se distinguió en Chile por su carácter filantrópico, que lo llevó a ser de los primeros voluntarios en inscribirse en las filas de los bomberos de Santiago. Estando en una reunión de los masones, a pocos pasos del Teatro Municipal, apenas sintió las alarmas, en la noche del 8 de diciembre, se dirigió al edificio en llamas para tratar de controlar el fuego. A los dos días, su cuerpo incinerado fue descubierto entre los escombros aún humeantes.

En el reporte que hace del incendio, su colega Arturo Villarroel (el famoso General Dinamita, de la Guerra del Pacífico) señala lo siguiente:

“Un recuerdo del compañero muerto. Tenderini era el primero en quien se habían hecho notar los efectos del humo i de la opresión del pecho. Se sentía desfallecer i le grité como amigo:
- Viva Italia! Tenderini.
– Viva la República, me contestó, saludando con entusiasmo la reciente emancipación de su patria”.


Con justicia, la calle que está al oriente del Teatro Municipal lleva el nombre de este insigne italiano residente en Chile. Con justicia, un busto del primer mártir de los bomberos capitalinos está a un costado del mismo teatro. Con justicia, Germán Tenderini está inscrito en la historia del Municipal, junto al de los arquitectos que lo construyeron y lo refaccionaron, y al lado de los más importantes artistas que han pasado por su escenario.

Sin embargo, lo que no es justo, lo que no corresponde, es que el otro héroe de la infausta jornada no ocupe un sitial similar al de Tenderini. Es el propio Arturo Villarroel, en el mismo reporte ya citado, el que anotó lo que transcribo a continuación:

“Como a las 11 3/4 PM de anoche nos encontrábamos cerca del teatro con varios bomberos i Quintanilla cuando sentimos las primeras alarmas… Nos dirijimos precipitadamente al teatro, i después de algunos esfuerzos llegamos con Tenderini al proscenio donde se nos juntó Quintanilla (…) Nos encontrábamos en una parte elevada de las tramoyas; al olor que producía el incendio me sentí con la garganta oprimida, desvanecida la cabeza, i un zumbido en los oídos. Mis compañeros debieron sentirse probablemente tan desvanecidos y sofocados como yo por el humo i el olor de las sustancias que ardían (…) En estos momentos Quintanilla trata de sostenerse con fuerza (…) de mi ropa, i me dice:
- Me ahogo! Me muero!
Me apoyé por un instante no sé en qué, pero luego caimos ambos. Desde entonces no sé lo que pasó”.


Lo que pasó fue que Santiago Quintanilla, igual que Germán Tenderini, falleció producto del incendio. Santiago Quintanilla fue de los primeros en acudir al siniestro, no porque fuera bombero, sino porque conocía muy bien el edificio, especialmente el sector de las tramoyas, que es donde se originó el fuego. Santiago Quintanilla era tramoyista del Municipal. Seguramente, no estaba acostumbrado a los aplausos. Tal vez por eso no le extrañe que su nombre no figure junto al de Tenderini. Quizás no hubiese querido que un busto suyo, y menos una calle, lo recordara como se merece. Pero nosotros sabemos que sin su trabajo no pudo haber espectáculo. Y, más importante, conocemos de su heroísmo y dedicación al Teatro Municipal, refrendado en aquella triste noche de diciembre de 1870. ¿Habrá autoridades, o actuales colegas del tramoyista Santiago Quintanilla, que quieran reivindicar -como se merece- su figura?

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