A María Cristina Gillmore
El Consejo de Monumentos Nacionales, en forma unánime, acaba de declarar en la categoría de “Monumento Histórico” a la sede del Colegio de Arquitectos de Chile. El edificio, construido en 1920 y localizado en el número 115 de la Alameda Bernardo O’Higgins de Santiago, es obra del arquitecto Luciano Kulczewski y, según dicho Consejo, representa a “uno de los mejores exponentes del Art Nouveau en Chile”, por lo que la decisión “ratifica el valor patrimonial de un inmueble reconocido y apreciado por la comunidad”.
Buena noticia para el patrimonio cultural, pues la determinación mantiene la línea de la agrupación de los arquitectos que, en 1974, ante la inminencia de que el edificio fuera derribado, decidió adquirirlo, restaurarlo y destinarlo a cobijar sus labores gremiales. Lo mismo que no se puede decir de otras obras de Kulczewski, como la que estuvo emplazada en la calle Antonio Bellet de la capital, y que fue demolida por completo en el año 2004.
La resolución del Consejo de Monumentos implica una serie de restricciones a cualquier modificación futura del inmueble que pueda afectar su fisonomía. El problema que reflota, una vez más, es que el nuevo estatus legal no conlleva una partida de recursos que asegure la preservación del edificio. Tal vez nuestros amigos arquitectos no se resientan por ello, pero no ocurre igual cosa la mayoría de las veces. Habrá que seguir discutiendo este tema, de cara a y con la ciudadanía (otro tópico pendiente en la institucionalidad patrimonial de Chile).
Sin embargo, más allá de esta decisión que pone en valor una notable construcción de inicios del siglo pasado, interesante sería mencionar una par de cosas sobre el autor de la casona, ese chileno de padre de origen polaco que, obvio, tiene para nosotros un apellido tan difícil de pronunciar y de escribir, y que su colega Cristian Boza definió como “Un monstruo, un titán. Tenía una mano extraordinaria. Todos los planos los dibujaba a mano, en tela y tinta china. Se paseó por todos los estilos imaginados, desde el adams de calle Virginia Opazo hasta el más osado neogótico de la estación del funicular del San Cristóbal”.
Nacido en 1896 en Temuco, Luciano Kulczewski García estudió arquitectura en la Universidad de Chile. Apenas egresado, incluso antes de ello, se puso a diseñar sus peculiares construcciones en las que predominaron diversos estilos, como señaló Boza, por lo que muchos seguidores de su obra lo ubican en el centro del eclecticismo: Neogótico en su casa del barrio Lastarria; Art Nouveau en la sede del Colegio de Arquitectos; Neoclasicismo adamesco en el conjunto Virginia Opazo (en el barrio República); en fin, una amplia gama de expresiones arquitectónicas.
Pero, más allá de la variedad de modelos, Luciano Kulczewski imprimió un sello absolutamente personal en las edificaciones que diseñó, donde destacan las figuras zoomorfas (las gárgolas), los pilares enanos y la cerrajería, por dar algunos ejemplos. Siempre llama la atención en esas fachadas la rúbrica metálica que identifica al autor.
Cualquier desconocedor de la vida de Kulczewski podría pensar en un personaje excesivamente preocupado de resaltar su propia figura. No es así. De hecho, pese a que no pocas de sus creaciones gozan hoy del mismo reconocimiento que acaba de adquirir la casona en que funciona el Colegio de Arquitectos, su nombre todavía no se asocia masivamente al de las grandes personalidades de nuestra historia. Deuda que tenemos pendiente.
Dotado de una alta sensibilidad humanista y social, Luciano Kulczewski estuvo en la formación del Partido Socialista de Chile (fue amigo personal de Salvador Allende). Al final de la década de los años 30 del siglo pasado dirigió la campaña presidencial de su antiguo profesor en el Instituto Nacional, Pedro Aguirre Cerda, quien al llegar a la Primera Magistratura lo nombró administrador de la Caja de Seguro Obrero. Desde este cargo diseñó edificios colectivos para trabajadores, como una serie de conjuntos de alta calidad que todavía se pueden apreciar en ciudades nortinas y que siguen la tónica de algunas que construyó varios años antes en Santiago, que ejemplifico en las poblaciones Madrid (cercana a la calle 10 de Julio, en pleno centro) o la de Suboficiales de Caballería, en Ñuñoa.
Por lo anteriormente expresado, no extraña que, consultado respecto a sus obras preferidas, Kulczewski mencionara el acceso que diseñó para el funicular del cerro San Cristóbal, ya que “…Los días domingo, cuando ando por ahí y veo en las tardes miles y miles de obreros y de gente que viene bajando del cerro, donde han pasado el día (…) es una de las más grandes satisfacciones que tengo, posiblemente más que cualquier otra satisfacción producida por una situación de orden estético…”.
He ahí este “titán” que, poco a poco, sigue recibiendo los honores que merecen la agraciada estética de sus realizaciones, al igual que su dedicado sentido de dignidad y justicia social. Por ello también son loables el rescate que hizo el Colegio de Arquitectos de una de las obras materiales de Luciano Kulczewski, la decisión del Consejo de Monumentos de protegerla legalmente y, de forma muy especial, el tesón que puso la arquitecta María Cristina Gillmore -antes de fallecer- para acopiar junto a otros colegas suyos los antecedentes pertinentes que redundaron en esta declaratoria.